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El poder y privilegio de la oración

Sermón: El poder y privilegio de la oración.

 

 

 

Nos enseña la Escritura en el Libro de Éxodo 30:7-8 que “Aarón quemará incienso aromático sobre él; cada mañana cuando aliste las lámparas lo quemará. Y cuando Aarón encienda las lámparas al anochecer, quemará el incienso; rito perpetuo delante del Señor por vuestras generaciones”. 

1) La oración es un privilegio constante. 

Vale la pena destacar las palabras: “cada mañana” y “al anochecer”, pues nos permiten ver una labor constante y periódica. Vemos dos tiempos en el mismo día. 

Es muy interesante, recordar aquí, que el profeta Daniel “solía arrodillarse tres veces al día, para orar y dar gracias a su Dios”, según Daniel 6:10. 

La Escritura misma, nos dice también que el rey David, el amado del Señor, expresó: “en cuanto a mí, a Dios clamaré, tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré, y él oirá mi voz”, según el Libro de los Salmos 55:17. 

Estos pasajes bíblicos nos recuerdan la importancia de orar, y de hacerlo de manera constante. ¿Cómo lograr una oración constante, y que al mismo tiempo alcance poderosos resultados? 

Seguramente, no podemos físicamente estar las veinticuatro horas del día sobre nuestras rodillas; pero sí se nos ha dado al Espíritu Santo, por el cual y con quien podemos estar en comunión constante, personal e íntima, en nuestro espíritu y mente. 

Aquellos que lograron poderosas conquistas para Dios fueron personas de oración. Son un ejemplo y desafío para nuestra vida, y nos enseñan que es posible ser personas de profunda comunión con Dios, y que de la mano de él lograremos cosas maravillosas, por supuesto, en la buena voluntad de Dios.

 

 

 

2) Somos templo del Espíritu Santo, casa de oración.   

La Biblia nos enseña, que no importa donde estemos, en cualquier lugar y momento podemos levantar nuestras oraciones al Señor, pues nosotros mismos hoy día somos templo de Dios, y el Espíritu Santo mora en cada una de nuestras vidas.  

En las Sagradas Escrituras, el incienso representa la vida en ofrenda o entrega del Señor Jesucristo a la completa voluntad del Padre celestial. 

Es interesante tener en cuenta, que cuando el incienso era quemado exhalaba un olor agradable; acerca del Señor Jesús, la Escritura nos dice que: “Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante” (Efesios 5:2); entonces, la vida de obediencia de Jesús y su sacrificio en la cruz, ha sido la ofrenda más sublime presentada al Padre celestial.   

El altar del incienso, según la Escritura, estaba ubicado junto al velo, antes de ingresar al lugar santísimo (Éxodo 30:6). El arca representa la presencia de Dios, entonces entrar al lugar santísimo era entrar en la presencia del Señor; por eso, Dios acerca de este lugar le dijo a Moisés: “donde me encontraré contigo”. 

Concluimos pues, que la oración es un espacio de encuentro con Dios y revelación de Su verdad a nuestra vida. Así como el templo en Jerusalén fue llamado por Jesús: “Casa de oración”, nosotros como templo del Espíritu Santo, y debemos ser de oración.    

 

 

 

3) Nuestras oraciones son de gran valor para Dios. 

El libro de Apocalipsis nos enseña que el incienso es símbolo de nuestras oraciones: “y las copas de oro, llenas de incienso, que son las oraciones de los santos” (Apocalipsis 5:8); vemos pues que la oración precede la manifestación de la presencia de Dios.

Y no podemos terminar esta reflexión, sin decir que el pasaje también nos dice que el sacerdote debía prender las lámparas, y esta labor es imposible sin aceite, aspecto que nos recuerda la importancia del aceite del Espíritu Santo (unción), aceite que debe reposar en la vida nuestra, pues somos sacerdotes y siervos de Dios. La oración es tan importante, que Dios mismo nos equipó para hacerlo.   

La vida de oración continua no sólo se desarrolla en el lugar secreto, es una comunión que mantenemos con Dios en todo lugar y tiempo. Como sacerdotes de Dios ahora, mantenemos nuestro espíritu conectado con el Señor todo el tiempo hasta su venida.

 

 

 

Escrito por Pastor Gonzalo Sanabria. 

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